domingo, 4 de febrero de 2018

EL IMPACTO DE LA GUERRA DE 1941 (II): El papel de las instituciones públicas, entidades y colectivos ecuatorianos ante la situación de los refugiados orenses

José Manuel Castellano Gil
Desde las distintas instancias del poder público se intentaba ofrecer respuestas a los numerosos contingentes orenses que llegaban diariamente a Guayaquil a través de una dotación de 100.000 sucres, junto a la activación de otras medidas.
Una muestra solidaria fue la decisión de los legisladores de donar 12.000 sucre, correspondientes a la percepción de sus dietas, al Comité Orense. Asimismo muchos municipios, desde distintos rincones de Ecuador, consignaron apreciables aportaciones económicas dirigidas a atender a los refugiados que se establecieran en sus localidades. Asimismo otras instituciones, organismos, colectivos y personas a título individual contribuyeron con sus aportaciones, como la Gran Logia del Ecuador, el Banco de Descuento, la Dirección de Estudios de Los Ríos, el Comité Auxiliar del Cuerpo de Bomberos de Samborondón, el Banco Hipotecario, la sucursal de la Caja de Pensiones de Guayaquil, la comisión del Comité de Defensa Nacional de Riobamba entre otras muchas.
La labor de las organizaciones asistenciales ante los refugiados orenses en Guayaquil
La movilización solidaria y humanitaria de instituciones y ciudadanía de todo el país desplegaron innumerables acciones dirigidas a acoger, auxiliar y atender a los compatriotas que huían de la guerra. Varias fueron las entidades y organismos que en Guayaquil se ocuparon de proporcionar una ayuda asistencial a los refugiados orenses, como la Cruz Roja y su Comité de Damas; los recién creados, como el Comité Orense y la Dirección General de Auxilios; la Legión Femenina; y algunas otras iniciativas públicas y particulares que de un forma individual o colectiva coadyuvaron y mostraron, a través de sus dignos valores humanos y patrióticos, su apoyo y ayuda a ese contingente que llegaba a Guayaquil en unas pésimas condiciones de precariedad absoluta. Sin embargo, al poco tiempo esa predisposición inicial asumida por la población civil, se tornaba, como consecuencia de la masiva presencia de orenses, en un problema social.
Los exiliados orenses: un problema social en Guayaquil
Ante esa avalancha de orenses determinados sectores de la sociedad guayaquileña comenzaban a plantear el impacto negativo originado por las sucesivas oleadas de exiliados orenses, ante la imposibilidad de que la ciudad pudiera absorber un volumen poblacional tan numeroso, que estaba ocasionando un verdadero problema social. Al tiempo se cuestionaba la política de gasto público destinada a sufragar los subsidios de los refugiados, que no disponían de trabajo ni de medios de subsistencia, a los que señalaban como responsable de la situación anómala creada en todos los órdenes.
Esas mismas voces reclamaban del Gobierno la adopción de medidas, ya que a su entender la filantropía guayaquileña había dado muestra más que suficiente en paliar las necesidades de sus compatriotas. Asimismo advertían que ese esfuerzo no podía mantenerse indefinidamente, especialmente porque el número de refugiados aumentaba cada día sin cesar.
Estas ideas fueron calando hondo y llevaron a solicitar la valoración de nuevas opciones que intentaran resolver de un modo integral el problema del éxodo orense en Guayaquil. Una de ellas fue la de establecer una política de reinserción laboral de los migrantes orenses. Y, otra, estimular el retorno de esos contingentes a su provincia de origen. De ese modo se instaba al Gobierno a diseñar un plan de construcción de caminos que conectara las provincias de El Oro y Guayas. Y para su ejecución se proponía que se empleara a gran parte de los “campesinos que han emigrado”, con ello —señalaban—, no sólo se les proporcionaría los medios de subsistencia necesarios sino que, al mismo tiempo, se los “acercaría sus abandonadas localidades”. En definitiva, estaban convencidos que con la aplicación de estas medidas se contrarrestaría la crisis social y económica guayaquileña causada por el gran volumen de refugiados asentados en la ciudad.
De modo que el problema de los refugiados se comenzaba a concebir desde otra visión y perspectiva: un problema de orden social y económico que reclamaba una resolución meditada y definitiva. Así a mediados de agosto de 1941 la delegación del Gobierno anunciaba el inicio de actuaciones sobre el asunto de los refugiados. Los primeros pasos adoptados fue el envío de niños orenses a distintas colonias en la Sierra, en lugar de los centros educativos en Guayaquil, y el establecimiento de una política de distribución de refugiados entre las diversas provincias de la República. Una medida que fue vista como muy acertada pero con la necesidad de articular una distribución en relación a una estructura organizativa económica, para evitar las posibles perturbaciones que ese contingente poblacional pudiera ejercer sobre las economías de los territorios de acogida.
En ese sentido se planteaba que el Gobierno se encargara de organizar colonias agrícolas e industriales que ofreciera una ocupación a los refugiados, además, de favorecer a través de una política de concesión de “crédito especial”, que empleada en forma retributiva no implicara un gravamen para el Estado sino que, al contrario, fomentaría nuevas fuentes de producción, con la proyección posterior que una vez recuperado el espacio, el territorio en ese momento ocupado, pudiera contribuir a su reconstrucción.
La ingente avalancha de orenses a Guayaquil llevó, pues, a activar una medida de distribución entre las distintas zonas del territorio nacional. Esa política de reparto contó con la participación de diversos municipios que ofrecían tierras a los orenses para radicarse en su término municipal y facilitaba, además, los medios de transporte de las personas que decidieran trasladarse. Además de las diversas iniciativas privadas de hacendados, que seleccionaban entre los refugiados mano de obra para el desempeño de labores agrarias.
Sin embargo todas estas propuestas contaron con el rechazo de los orenses, ya que simplemente esperaban regresar nuevamente a su Provincia.
La reintegración de El Oro en la soberanía ecuatoriana
Si duras fueron las condiciones sufridas por los orenses en su amarga travesía al exilio originada por la invasión peruana, no menos favorables fueron el abnegado retorno y el proceso de reconstrucción de la Provincia, tras su reintegración a la soberanía ecuatoriana a partir del Acuerdo de Río de Janeiro a principios de 1942.
En definitiva, este episodio bélico ha sido un elemento clave y estructural en la provincia de El Oro, que desde luego tiene unas hondas raíces en el tiempo y también unas amplias consecuencias posteriores, que ha vertebrado, en cierta manera, un carácter de “orensidad” latente y una identidad fronteriza inestable hasta finales del siglo XX que debe ser objeto de atención en futuros estudios desde diversos ángulos.

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