martes, 8 de noviembre de 2011

Vendrán tiempos mejores: la revolución democrática

Un reciente estudio realizado por Transparencia Internacional España (TIE) viene a reconfirmar, entre otras cuestiones relevantes que no novedosas, que la democracia española está excesivamente controlada por los dos grandes partidos, que existe una quiebra en la división de poderes y que la sociedad civil española es débil en su capacidad de controlar al Gobierno y reducida su acción de influir en las políticas públicas. Asimismo, el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) indica que los españoles están descontentos con el mundo político: la «clase política» es el tercer problema por detrás del paro y la crisis, mientras que los partidos políticos son las instituciones peor valoradas. En síntesis, que el sistema democrático actual está estancado, plenamente viciado, y sus valores originarios continúan todavía hoy siendo una lejana aspiración social. Y que los políticos y partidos son sinónimos de «desconfianza» e «irritación». Este es panorama previo a la convocatoria del 20-N.

Algunos sectores de la derecha nacionalista canaria y algunas voces de “izquierda” –en relación a los resultados de las encuestas que otorgan una amplia mayoría al PP– están pronosticando estos días una serie de calamidades futuras ante las hipotéticas medidas de recortes y privatizaciones de los servicios públicos que el PP adoptará tras el 20-N. Una conclusión, sin duda, electoralista que tiene como finalidad reorientar la decisión de los votantes, con el mensaje de que se puede sortear esa realidad, si cambiamos el sentido de nuestro voto, es decir, si votamos CC-NC o PSOE. Y ese planteamiento encierra dos objetivos: uno implícito que conlleva –independientemente de las críticas demagógicas de los dirigentes nacionalistas hacia la galería– la plena aceptación del actual sistema bipartidista, que prima la integración de los nacionalistas en el sistema política por el carácter territorial que imprime la Ley electoral vigente. Y otro estratégico, dirigido a evitar un escenario de mayoría absoluta que supondría una pérdida de fuerza y protagonismo de CC-NC. Así, conscientes de que su «voz canaria» en Madrid se puede quedar muda, lanzan un órdago al próximo gobierno: o se cuenta con Canarias o Canarias será un problema de Estado.

Pero este tipo de análisis nos aleja del problema real, que no es otro que un sistema democrático deficitario. Esa es la cuestión central de la ecuación a resolver en estos momentos, la construcción de un sistema democrático de calidad y su defensa ante las agresiones del despotismo neoliberal, que recorta derechos sociales y económicos, desmantela el sector público, deteriora el medioambiente y que, al menos por ahora, ha logrado someter la voluntad de los gobiernos y de los partidos hegemónicos, indistintamente de su color, y usurpado su soberanía nacional.

Visto así, en el contexto histórico actual, resulta casi intrascendente, con los matices y diferencias que se quiera introducir, el triunfo de la derecha sobre el PSOE o la victoria de este último en las próximas elecciones del 20-N. Ni uno, ni otro, van a profundizar las necesarias reformas democráticas, ni tienen capacidad para tomar decisiones propias en materia económica, sin el visto bueno del Banco Central Europa, del FMI o lo que es lo mismo del eje franco-germano y del poder financiero mundial. Además PP y PSOE han sido meros elementos auxiliares de los mercados financieros como sobradamente han demostrado. Esta es la cuestión.

Es hora, pues, de impulsar un nuevo salto democratizador. Pero no nos confundamos. La calidad democrática en este país no vendrá a través de un proceso electoral, al menos que se produzca una profunda reforma del marco legislativo. Desde luego que no será una tarea fácil pero nos encontramos en el momento histórico más propicio –en una etapa de tránsito y confrontación que definirá un nuevo modelo– para iniciar ese camino de transformación revolucionaria democrática. Tendremos que ser conscientes que ese cambio no vendrá promovido por las actuales estructuras políticas dominantes y que el único agente propiciador debe ser la sociedad civil. Y mientras no seamos capaces de modificar la reglas de juego, de llevar a cabo una amplia reforma legislativa, reforma electoral, introducir nuevos mecanismos de organización y representación ciudadana frente a la estructura oligarca de los partidos, definir una estricta división de poderes, un mayor control de los órganos de gobierno, mayor participación ciudadana, regular medidas de control y responsabilidad política, etc., seguiremos atrapados en procesos electorales meramente formales donde siempre pierde la democracia real.

Desde luego, que nos queda un largo camino por recorrer pero, en este momento de encrucijada, si somos capaces de conservar convicciones, compromisos y mantener la batalla estaremos mucho más cerca de lograrlo. Mientras tanto, un mal ejercicio no sería apostar por esa izquierda minoritaria, más coherente con los intereses sociales. Rebelémonos.

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