sábado, 22 de octubre de 2011

¿Revolución global o involución?

En estas últimas décadas se ha iniciado un escenario de tránsito global. Es la apertura de una nueva etapa histórica, cuyos efectos están modificando las viejas estructuras en las que se sustentaban el edificio económico, político, social de la etapa contemporánea.

Sin embargo, a diferencia del tránsito del Antiguo Régimen a la contemporaneidad (donde el cambio de modelo venía potenciado por el surgimiento de una nueva clase social y un nuevo sistema económico independiente a las estructuras del poder absolutista dominante) la transformación actual viene propiciada por el propio sistema, es decir, por el mundo financiero especulativo. Este intento de mutación -que no corriente de cambio- se fundamenta en el proceso de globalización, en el desarrollo tecnológico, en el predominio de una economía especulativa sobre la productiva y en un nuevo orden mundial con la aparición de nuevos países emergentes.

La crisis económica actual en los países desarrollados es un signo más de este nuevo escenario de inestabilidad, que pretende establecer un modelo hegemónico, diferenciado del viejo concepto de las potencias mundiales del siglo XIX y XX, donde el poder financiero supedita la dirección política de los Estados y la soberanía popular. Asimismo se ha producido un desplazamiento de eje, pues la decadencia económica, comercial y financiera en los países desarrollados y su galopante deuda exterior se contrapone al importante crecimiento en los países emergentes que, además, son los propietarios de la deuda del mundo desarrollado. Este es el panorama actual.

La costes de la crisis recae directamente sobre una gran parte de la ciudadanía del mundo desarrollado, que ve comprometida la existencia de los logros de bienestar alcanzado, que experimenta un decrecimiento económico sustancial, que sufre recortes en todos los ámbitos, e imposibilita la inversión pública y el nivel de crecimiento, etc. Y es posible, se aprecia ya algunos síntomas, que esa realidad termine por contagiar sus efectos a los países emergentes. En cualquier caso, resulta evidente que nos encontramos en una fase de tránsito donde se desconoce su orientación transformadora: de cambio o retroceso social. Y todo dependerá del resultado de la confrontación de los elementos en lucha. Pero en estos momentos, los cambios del modelo parecen indicar que responden a un proceso involucionista. De confirmarse, sería el primer golpe de estado global contra los avances en materia de derechos y libertades, el fusilamiento del estado del bienestar y la condena a perpetuidad de grandes diferencias sociales y de pobreza global.

La situación actual nos obliga a participar con la idea de reorientar esa dirección. No podemos aceptar esas posturas involucionistas que ya son reconocidas desde la propia estructura de poder. Nada menos que Dominique Strauss-Kahn (ex director del FMI y unos de los candidatos favoritos a la nominación del Partido Socialista francés, retirado de la carrera después de ser acusado de abuso sexual a una camarera en un hotel de Nueva York) alertaba ya en 2009 a los dirigentes empresariales que otro gran esfuerzo público para rescatar al sector financiero sería intolerable para el ciudadano medio y fomentaría una fuerte reacción que pondría en riesgo la democracia. Y no está de más señalar, que el concepto de democracia que pueden tener estos dirigentes poco coincide con la concepción popular y progresista.

El malestar social de estos últimos años ha generado un movimiento de indignación global, que días atrás recorría las calles de ambos hemisferios para denunciar a un sistema político que está en manos de los intereses de élites empresariales y financieras. Si bien es verdad que es un movimiento moral más que político, con un fundamento asambleario y horizontal, sin líderes y sin un programa definido y, como ha señalado recientemente Zygmunt Bauman, con falta de pensamiento, no es menos cierto que es la única esperanza que puede reorientar la situación. Pero no es suficiente con mostrar la indignación. No es suficiente con la movilización, con ocupar la calle. Es necesario que el movimiento se dote de un cuerpo de ideas, debe crecer en fundamentos, en compromiso político directo y debe abandonar la marginalidad del poder y tomar decisiones, configurar un nuevo modelo de organización económica, social y política para ganar la batalla a los especuladores e involucionistas. Es imprescindible dotarse de instrumentos y nuevas estrategias de lucha (los consumidores tienen armas más que suficiente para derrotar a los mercados, para arruinar a los especuladores, votos para desplazar a los partidos políticos institucionalizados, condiciones que imponer a los empresarios…). Y es fundamental una respuesta global.

La transitoriedad implica lucha, compromiso, participación y unidad. Y debemos rescatar la política. Una nueva política social y participativa, alejada de las opciones institucionalistas como el partido socialista, el partido popular o los nacionalistas, como coalición canaria. Este es nuestro deber generacional, participar en la construcción de una nueva sociedad o asumir con todas sus consecuencias la imposición involucionista de los mercados. Esta es nuestra encrucijada colectiva actual.

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